Lección de vida (Un cuento en primera persona)

Por:  Yandry , Fernández Perdomo.
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Tomo un vaso de agua. Me preparo para iniciar mi habitual camino hacia el Instituto. Hoy quiero sorprender al profesor porque siempre piensa que nunca estudio su asignatura. Para ello, me he aprendido las clases anteriores de memoria. Salgo para la calle. Por el camino voy recitando de memoria todos los contenidos.
Camino una cuadra y todo permanece en silencio. Llego hasta la calle Tulipán y al frente del agro observo que un joven de apenas unos veinticuatro años, que vestía una camiseta y un pantalón de mezclilla, arrebató la cartera a una señora. La mujer dio gritos y gritos y trata de alcanzarlo, pero no pudo. El hombre siguió corriendo y nadie lo pudo alcanzar. Yo bajé la cabeza y seguí caminando.
En la calle siguiente, Conill, las cosas estaban tranquilas, bueno, eso pensaba yo. Un policía reprendía a unos niños por haber roto el cristal de una casa mientras jugaban pelota. Les hablaba fuerte y con groserías. Al perecer aquel hombre no sabía cómo dirigirse a unos niños, ni tampoco tenía buenos modales. Pero yo bajé la cabeza y seguí caminando.
Me quedaban pocos metros casi para llegar a la parada. Paso por un doce plantas de la zona y unos adolescentes se peleaban a golpes por una discusión que habían tenido sobre fútbol. Uno de los muchachos tomó un palo para golpear a otro mucho más pequeño y débil que él. Yo traté ni de mirar, bajé la cabeza y seguí caminando. Al final logré llegar a la parada. Esta vez la 27, la guagua que me lleva directo a la escuela, tardó un poco más de lo normal, pero a los trinta minutos llegó. Ya en la guagua, entre tanto tumulto de personas, caminé hasta el final del pasillo. Allí enseguida un señor se bajó y yo tomé el asiento que dejó libre. En la parada siguiente una pareja de ancianos con un maletín y bolsas en las manos, esperaban de pie. Nadie hacía nada y yo bajé la cabeza.
La guagua me dejó bien cerca de la escuela. Caminando sentía algo de fatiga. Apenas había almorzado para que me diera tiempo. Subiendo las enormes escaleras del Instituto una fatiga me nubló la vista. Me caí al suelo. Por suerte para mí, estaban dos de mis compañeros cerca. Me cargaron hasta el asiento más próximo que había. Él me dio agua y ella, me dio el único dulce que traía de merienda. Pero, al recuperar la conciencia, los miré rápidamente, bajé la cabeza y empecé a llorar.